“Peace is our profession”
La función de Méliès
“Doctor
Strangelove or: How I learned to stop worrying and love the Bomb” –difícil
aprenderse todo el título original, pero es mejor que los nombres que le
pusieron en español, créame-, es una película de 1964, que contó con la
dirección, producción y guion de Stanley Kubrick, aunque en éste último
departamento también participan Terry Southern y Peter George autor de “Red
Alert” historia en la que se basa el film. La música es de Laurie Johnson y la
fotografía de Gilbert Taylor.
El elenco
lo conforman: Peter Sellers (Capitan Lionel Mandrake, Merkin Muffley y Doctor
Strangelove), George C. Scott (General “Buck” Turgidson), Sterling Hayden (Jack
D. Ripper), Keenan Wynn (Coronel “Bat” Guano”), Slim Pickens (Mayor T. J. King
Kong), Peter Bull (Embajador Alexi de Sadeski).
Después
de un anuncio señalándonos que todo es ficticio y que nadie es tan estúpido
para hacer lo que se ve en la película observamos como al ritmo de una música
instrumental -que resulta relajante- se reabastece de combustible en vuelo a un
avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de Norte América.
Para
después ir a la base de Burpelson, donde el capitán Mandrake, recibe la llamada
del general Ripper –Buenos juegos de palabras con los nombres por cierto-,
quien le informa que ha lanzado la operación de vuelo “R” de “Roberto” y que
además ha colocado la base en alerta máxima.
Por
su parte el general Turgidson realiza un arduo
papeleo, ayudado por su secretaria, quien atiende la llamada de otro
militar, que le informa de una extraña situación en la base comandada por
Ripper, así que decide dejar sus tareas para acudir al Pentágono a ver qué
pasa.
Y
así la película nos va alternando los puntos de vista de la situación entre la
base, el avión que comanda T. J. King Kong, uno de los encargados de realizar
la operación y el Pentágono, donde se han reunido los altos mandos del país como
el presidente Merkin Muffer, el Doctor Strangelove –un asesor “ex” nazi-, el
general Turgdinson y hasta el embajador Alexi Sadeski, para ver cómo diablos
resuelven esto sin desatar una guerra nuclear o activar “the doomsday machine”.
Es
por eso que por un lado nos enteramos que Ripper es amante de las teorías de la
conspiración y quiere defender sus “valiosos fluidos” de los comunistas, que
Mandrake quiere hacer entrar en razón a su superior y hacer que los aviones
regresen a la base, asimismo que Dimitri el premier soviético le gusta “estar
con el pueblo” y tiene sus… debilidades asimismo lo que ocurre dentro de un B52.
Corte
y queda.
En
esta película el espectador notará lo bien llevada que va la música y la
fotografía, ya que tenemos planos que ayudan a destacar muy bien las escenas,
como el momento en que Ripper reflexiona sobre lo que ha hecho –de mis
favoritos, porque me recuerda el uso de luz y sombras que vemos también en
“Enamorada”, sobre todo cuando Sierrita y Reyes debaten la luz y oscuridad en
el ser del general-, el momento del asalto a su cuartel, donde vemos una cámara
que se mueve siguiendo el combate, o al momento en que Turgidson y Muffer
debaten sus puntos de vista sobre la situación.
Así
también cuando la acción se traslada al avión y vemos cómo aún en espacios
reducidos se pierde el sentido de las dimensiones.
En
cuanto a la música, esta nos lleva muy buen de la mano de la acción del
cuartel, a la tensión en el Cuarto de Guerra, al avión, haciendo alusión en las tomas de la la
aeronave a una tonada militar propia de la Segunda Guerra Mundial, parecida a
la que entonaban las divisiones aerotransportadas estadounidenses.
Pero
a destacar al final, con esa tonada que no podría ejemplificar mejor lo que
vemos en pantalla.
En
cuanto a las actuaciones, cada uno de los actores lleva muy bien su papel,
vemos que pasan de manera fluida de una emoción a otra sin exagerar ninguna, Sellers realizando sus participaciones de buen modo y buscando siempre hacer que el espectador
distinga entre Muffer, Mandrake y Strangelove, -los momentos nazis de
Strangelove son épicos-, Sterling Hayden representando su papel de
paranoico y posteriormente de una persona vencida, representada en su monólogo
al saberse derrotado lo hace de excelente manera.
Contrastes
que también sabe manejar C. Scott, con ese odio hacia los “ruskies”, su
nacionalismo y esa otra parte en la que se le ve como una persona que “sabe
atender sus deberes” fuera del ámbito militar.
La
única actuación a la que le llego a poner pero es a la de Keenan Wynn, viéndose
muy plana, incluso siendo un militar, tanto que en su momento “cómico” no llega
uno a sentir gracia –por cierto si quiere sacar dinero de una máquina
expendedora de Coca-cola de los 60 dispare en la línea en la que va el dinero y
tendrá cambio para hacer una llamada importante-.
“Don’t ride the
bomb”.
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