Cómete todo si quieres crecer grande y fuerte (Crónicas del 760 de Adolfo López Mateos)

Desde el escritorio de Usher

De repente los dos viejos sintieron como el calor de su corazón regresaba, no querían dejar de ver al niño, de abrazarlo, de tenerlo a su lado…. 

 
En el 760 de la Adolfo López Mateos se ve que un hombre viejo sale del edificio, cabizbajo arrastrando los pies al andar, usa sombrero y un traje sastre viejo de color café, sus zapatos de charol negro gastado revelan un pesar muy grande al andar, parece que estos ya conocen el camino y son los que guían su paseo.
 
Mientras tanto en el 569 del edificio que acaba de abandonar nuestro gastado caballero una dama prepara la casa, con un sacudidor va añadiendo polvo a cada habitación y cambiando el panorama, transformando el novísimo refrigerador con dispensador de hielo y demás complejos sistemas en un Kelvinator, la estufa con encendido electrónico era sometida a una  transformación similar. 
 
Parecía que todo volvía a un tiempo remoto, a una historia remota, a una vida remota al simple toque de las plumas del sacudidor de aquella dama, que se esmeraba por dejar todo bien para la vuelta de sus dos acompañantes de esta noche. 
 
La señora de canas y arrugas usaba un vestido rosa y largo, un delantal azul a cuadros, lentes. mocasines y calcetas largas, vestía como toda una dama de eras anteriores. 
 
Eran las 0:00 horas cuando al fin el caballero arribaba a la casa de la mano de un niño de cinco años, la dama ya había servido la comida, spaghetti con crema y jamón, el niño al ver el plato caliente en la mesa no dudó en soltar la mano de su padre para ir a comer del delicioso platillo. 
 
-Gracias mami- dijo el gentil niño de piel morena, ojos cafés y pelo de ébano mientras sonreía a su madre. 
 
-De nada mijito, pero anda, ¡cómete todo si quieres crecer grande y fuerte para ser un gran abogado!- contestó la anciana mujer con una gran sonrisa en los labios y mirándolo, como solo una madre puede hacerlo, luego miró a su esposo quien contemplaba maravillado la escena, para después los dos sentarse a cenar.
 
Al término de la cena el niño acompañó de la mano a su padre a la sala y juntos en un televisor a blanco y negro veían las luchas del Santo y películas de la época de oro del cine mexicano, el niño acostado en la alfombra y los padres sentados en un viejo sillón abrazados. 
 
Luego de un rato el niño se cansó de ver la tele, se paró, fue a uno de los cuartos y regresó con un camioncito de juguete con el cual se divertía a los ojos de sus progenitores, el padre y la madre entonces se pararon de su sillón y abrazaron al pequeño. 
 
De repente los dos viejos sintieron como el calor de su corazón regresaba, no querían dejar de ver al niño, de abrazarlo, de tenerlo a su lado, jugaron con él, rieron con él y disfrutaron la velada los tres.
 
Llegado el momento los tres salieron de la casa, el padre cerró con llave y partieron todos de la mano en dirección a un panteón cerca del edificio.
 
06:00 horas, Claudia llega después de una ardua jornada laboral a su departamento, abre la puerta y todo está como lo dejó, va al refrigerador, saca el envase de leche detrás de un plato de spaghetti con crema y jamón, saca un vaso de la alacena y se sirve, guarda el envase de leche en el lugar del que lo tomó, cierra el refrigerador, se sienta en el comedor y reflexiona sobre su trabajo, sobre su vida amorosa y muchos otros temas mientras se termina su vaso de leche, después va a su cuarto a dormir. 
 
Por otro lado caminando entre las tumbas los tres paseantes han concluido su trayecto, primero se detienen ante una tumba adornada con una estatua de un niño, así que el infante se despide de sus padres y se adentra en la tumba cuyo epitafio dice: “Al padre que aún de adulto conservó el espíritu de un niño”, los padres, por su parte, se adentraron satisfechos en el mausoleo de al lado que tenía unas estatuas suyas y un epitafio que decía: “Recuerdo de esos amorosos padres que siempre cuidaron de su hijo”.

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